Huyamos donde nadie pueda nunca hallarnos,
donde no lo sepa nuestro carcelero, nuestro
enemigo íntimo más acérrimo, y gocemos
de la sodomía plenamente... Pero no
porque huyamos lejos vamos a poder librarnos
de nuestra propia sombra, nuestra propia cárcel...
Puede que habite el carcelero dentro, dentro
de nosotros mismos. Puedo ser yo mismo: yo,
el pájaro en la jaula que mezclando canta
su tristeza y su alegría con sus propios trinos,
que sabe que el presidio no es la celda y cuatro
paredes, sino el alma propia de uno mismo.
Ojalá pudiéramos burlar la vigilancia
del Cancerbero, el monstruo de las tres cabezas:
el pasado y el presente y el futuro, ay,
que habita dentro de nosotros, en nuestro infierno,
propio laberinto.
No sabemos si es posible
y si nuestro intento está abocado al éxito,
o condenado al más estrepitoso y cierto
de los fracasos. Pero la ignorancia, lejos
de desanimarnos, nos alienta, y alimenta
la esperanza de ángeles rebeldes de sublevarnos
contra el dominio y alcanzar la libertad
inexistente y ser al fin independientes
de nosotros mismos y de nuestra voluntad.
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